martes, 2 de junio de 2009

Cuentos sobre el absurdo

Ahora todo es de todos. Bajo esta premisa tuve que entregar mi celular por segunda vez a un desconocido. La frase anterior es una manera elegante de decir que me robaron otra vez. Si leyeron el cuento anterior pues ya deben saberlo.

Comprar un celular nuevo en este país es una odisea. Sí, como la que emprendió Ulises para volver a Ítaca. Ya había esperado HORAS el diciembre pasado para poder adquirir un nuevo teléfono. Y compré cualquier teléfono. No vaya Usted a creer que se trataba de estos supersónicos dispositivos móviles conocidos como Blackberry. Era un artefacto cualquiera, pero de cualquier modo fueron horas para que éste pudiese llegar a mis manos. Aunque Usted no lo crea señor lector, hay países donde los celulares le llegan a sus casas. No tiene que hacer casi nada. Repito: ¡Casi nada!

Breve relato histórico.

Venezuela es un país que todavía anda a caballos. Lo sabemos y lo asumimos con dignidad (bueno, algunos). Y es que resulta que no tenemos mucho tiempo de haber nacido como república, si es que en algún momento la hemos tenido. Bolívar no nos queda demasiado lejos si miramos atrás. Es decir, que llegamos tarde a la civilización, pues. Y sería cómodo buscar culpables –que seguramente hay para tirar para el techo- pero de esto no me ocuparé yo. Aquí las cosas siempre llegan después, de a ratico. Lo que le sobre a los países grandes. Dirán que soy cruel pero, lamentablemente, es nuestra realidad. Hay gente que aún no quiere asumir esta realidad con tanta dignidad y prefiere hacerse el loco. Siguen creyendo en pajaritos preñados (nunca me ha gustado este dicho popular, pero la imagen me divierte. Pajaritos preñados, no pajaritas).

Todo este cuento es para decir que seguimos jugando con la política en el país. Ahora estamos en el período circense donde, un centenar de payasos, distraen con maromas las desgracias de una nación. Una de esas distracciones fue haber nacionalizado la más importantes empresa de comunicaciones del país, sin contar con gente capacitada para manejar dichos asuntos. Ahora Cantv y Movilnet son de todos. Por cosas del destino –que yo no quiero culpar a nadie, ¿ah?- desde que se adueñaron también de la empresa, el internet por banda ancha ha bajado su calidad y rapidez, las señales han comenzado a verse comprometidas y, lo que me afecta directamente a mí en este momento, los sistemas han empezado a colapsar.

Fin del breve relato histórico.

Como dije, hay países en los que comprar un celular es una cosa intrascendente. Yo no sé si es que al venezolano le gusta complicarse la vida cuando tiene ya bastantes angustias encima pero, lo que sí sé es que hoy no pude reactivarle la línea a mi celular. ¿Por qué? Realmente no me importa. Siempre me ha desesperado cuando los problemas de este tipo comienzan a entorpecer mi ritmo de vida. El señor que atendía me dijo: “Pero puede esperar 20 minutos a ver si vuelve el sistema”. Sólo diré que no fueron 20 minutos los que esperé sino una hora. Como todo. Y era ya de esperarse que la línea no hubiera vuelto. Entré a preguntar nuevamente y el caballero me instó a que esperara otros 20 minutos. A MÍ NO ME GUSTA PERDER EL TIEMPO. Mentira. Sí me gusta. Pero cuando yo decido perderlo, no cuando algún incapaz me hace tirarlo a la basura de manera gratuita.

Cuento anexo al mismo cuento.

Siempre he creído que los vigilantes, los guachimanes, los porteros y cualquier otro agregado, tienen problemas con el poder. Y cuando digo que tienen problemas con el poder, lo que quiero decir es que tienen frustraciones con el poder. Entonces, cuando creen tener un poco de autoridad se vuelven como locos. No saben manejarlo. Como fashionistas con descuentos en Prada. El caso es que en esta sucursal de Movilnet La señal que nos une -o no- había un individuo que fungía de vigilante. Por demás decir que portaba la inutilidad por bandera. Queriendo hacer mucho no hacía nada. Estaba de primero en la fila con mi padre, que me acompañaba, nos estaban atendiendo y el muy subnormal me ha pedido que hiciera mi propia fila. En cualquier otro momento pude haberle dicho algo pedante. Pero esta vez era tan inútil intentar explicarle que estaba siendo ¡ATENDIDO! que opté por dirigirle una mirada de desprecio. Algo de inteligencia debe haber tenido porque entendió que el señor al que estaban atendiendo era mi padre.

Como este cuento hay muchos para contar. Todo esto cansa. Pasar por situaciones tan inverosímiles todos los días es agotador. Sé que todo cambiará para mí. Ahora, en cuanto a Venezuela, no lo sé.