viernes, 24 de julio de 2009

Y tú, ¿cuántas palabras sabes?

Hay personas que tienen buena memoria. Muchas de ellas recuerdan cosas que pasaron hace mucho tiempo. Otras suelen recordar los pequeños detalles en los que nadie se fija. Existen también quienes lo recuerdan todo. Y hay otros que no recuerdan absolutamente nada. Yo me atrevería a decir que yo tengo memoria selectiva. Me acuerdo de lo que me quiero acordar. Pero esto no funciona así de simple. Esas cosas no las decido yo, las decide mi subconsciente. Por ejemplo, hay cosas que recuerdo porque me impactaron en ese momento, aunque hoy no representen nada para mí. Pero hay un problema, también olvido cosas. Momentos que quizá fueron importantes para mí o para alguien más y yo, así como así, las borré de mi mente por algún motivo. No quiero con esto decir que esas situaciones no me hayan impresionado de alguna manera, pero es así. No hay excusas. Simplemente no las recuerdo. Así que no confíen demasiado en los juegos de memoria que jugaban cuando eran pequeños. Yo jugué bastante y ya ven lo que pasó, el resultado no está garantizado. Nadie te da un certificado de que te acordarás de todo por ejercitar tu memoria.

El otro día, en mitad de una conversación, pensé que sería bonito poder recordar cómo aprendimos cada palabra que sabemos. Ya sé que suena loco, pero ésta es mi fantasía y puede ser todo lo loca que quiera. Inmediatamente que pensé en eso traté de recordar cómo había aprendido esta o aquella palabra. Y sólo vino a mi mente una. Sólo recuerdo cómo aprendí lo que significa la palabra: cosmopolita. A continuación una pequeña anécdota de cómo fue que aprendí el significado de esta palabra:

Anécdota.

Ya había acabado la magia de las 12 campanadas, las uvas estaban siendo procesadas, la ropa interior amarilla estaba ya en el suelo, y en el cielo sólo quedaba una humareda causada por los restos los juegos pirotécnicos. Era una mañana de un primero de enero. Mi familia siempre se reúne este día para comer los restos de la noche anterior. Yo aún era una criatura pequeña e inocente. Disfrutaba de mi arepa con pernil, mi jugo de naranja (natural) y de la ensalada. Los adultos sostenían una conversación mientras comían. Yo escuchaba con atención, todavía no me sentía con la propiedad de intervenir en este tipo de conversaciones. Recordaré, nuevamente, que aún era una criatura pequeña e inocente. Aclarado esto, continúo. En ese momento un tío hace alusión a la palabra en cuestión. Cosmopolita. Yo, que me había distraído un poco de la conversación, escuché la palabra sin conocer su contexto. Alcé mi mano como si estuviese en el salón de clases y pregunté: ¿Y quién es Cosmopolita? A pesar de mi corta edad para entonces, confieso que me parecía un nombre bastante extraño para alguien. Una colectiva carcajada de apoderó del comedor. Uno de mis tíos se dignó a explicarme el significado de la palabra y, desde entonces, sé que Cosmopolita no es un nombre excéntrico ni plausible, sino un adjetivo.

Fin de la anécdota.

Esta historia no se trata de aprender palabras nuevas. Creo que cada palabra encierra algo mágico, trascendente o importante. Sólo es una utopía más que añado a mi colección. Pero qué bonito sería recordar cómo aprendimos cada palabra. Creo que cada quien prestaría más atención a lo que dice. Usaríamos las palabras con mucha más mesura porque significarían algo real.