El silencio siempre es buena compañía; al menos para mí lo es. Uno se acostumbra a él. Lo sientes, lo escuchas, lo entiendes. Y no me refiero al silencio como ausencia de sonido, sino al tiempo detenido en el que nos preguntamos y respondemos nosotros mismos. Sí, está bien hablar con uno mismo. No es síntoma de locura, es signo de humanidad. Instintivamente uno se ve obligado a un enfrentamiento. En esas conversaciones no hay límites reales, no hay prejuicios. Estoy yo y el silencio. Palabras van y vienen (sí, como el mar) y uno se pierde las entradas y las salidas.
Últimamente he descubierto que no me conozco tan bien como creía. Y no lo he descubierto, precisamente, mediante reflexiones filosóficas conmigo mismo. Ha sido gracias a la intervención, casi quirúrgica, de ciertas personas en mi vida. Comenzaré diciendo que no tengo tan buena memoria como solía tener. Incluso, soy despistado. Puedo mantener conversaciones interesantes con una persona que me importa y luego, sin más, olvidarla. Es importante que haya dejado claro que la persona me importaba, porque es invariable. Tengo tendencia a no fijarme en cosas que tienen cierta trascendencia. No creo que esto me convierta en un pecador. De cualquier manera trabajaré en ello, así sea sólo como un ejercicio temporal. No todo se me olvida.
Debo decir que creo firmemente en la memoria; aunque suene contradictorio. Sin embargo, he notado que hay cosas reales (como creo que ya ha quedado claro en este blog) que se olvidan. El sentido de realidad le da vigencia a las cosas. Sin ir mucho más lejos, creo en el sentido real del silencio. Pero hay cosas que fueron reales y, a sabiendas o no, las olvidamos. ¿Por qué? Eso no puedo responderlo yo, al menos una respuesta genérica. Puedo decir que he olvidado cosas reales, no para escapar de ellas, porque aunque suene “cliché” aprendí/aprehendí de ellas. Pero tampoco me gusta demasiado cargar maletas pesadas. ¿Comodidad? Quizá sí. No me importa.
Diré que hace poco también descubrí que suelo apasionarme mucho con las cosas. Esto quizá ya lo sabía pero una buena amiga se encargó de ponerlo en palabras. Muchos llaman a esto que me pasa "obsesión". Tengo incluso frases que comprueban esta particularidad. La más célebre: “La amé para siempre”. Ahora que lo leo entiendo qué tan alarmante pueda sonar que yo ande por la vida diciendo que todo lo amé para siempre. Y esto también es invariable, es decir, el rango de cosas que puedo amar para siempre es bastante amplio. Películas, personas, libros, canciones, y más. Pero me gusta este aspecto. Me gusta saberme capaz de involucrarme tanto con las cosas. ¡ATENCIÓN! Es recomendable que Ud. no intente esto en casa sin la supervisión de un adulto, no siempre es bueno.
De cualquier manera, empecé a escribir esto porque ya tenía varias de estas ideas rondándome en la cabeza. Y, sin ir más lejos, acabo de ver una gran película: La Duda. Los silencios pueden ser terapéuticos o no. Vean la película.
Si lees esto, y lo entiendes, entonces es para ti…
EL AMIGO QUE DUERME¿Qué diremos esta noche al amigo que duerme?
la más tenue de las palabras nos viene a los labios
desde la pena más atroz. Miraremos al amigo,
sus inútiles labios que nada dicen,
hablaremos quedo.
La noche tendrá el rostro
del antiguo dolor que reaparece cada tarde
impasible y vivo. El remoto silencio
sufrirá como un alma, mudo en la oscuridad.
le hablaremos a la noche que respira quedo.
Oiremos gotear los instantes en la oscuridad
más allá de las cosas, en la ansiedad del alba,
que llegará sin aviso tallando las cosas
contra el muerto silencio. La inútil luz
develará el semblante absorto del día. Los instantes
callarán. Y las cosas hablarán quedo.
Cesare Pavese