miércoles, 25 de mayo de 2016

No me gusta el cereal con leche. O una selfie honesta.

No me gusta el cereal con leche. Me sirvo la leche en una taza aparte. No me gusta que se ponga suave el cereal. Parece que es una rareza de mi parte. Me preocupa pensar que estoy perdiendo el sentido del humor. Soy mucho más pacato de lo que pensaba. Descubrí que no me gustan los animales, o al menos no me gusta convivir con ellos. Pensé que eso me hacía una mala persona pero qué coño le voy a hacer. No quiero comprarlos y mucho menos adoptarlos, no me importa cuán de moda esté. Pierdo la paciencia muy rápido. Cada vez más. Estoy trabajando en eso. El diccionario acaba de corregir más por "mad" y recordé cuánto odié Mad Max, sin importar que haya sido el evento cinematográfico del año. Estoy escribiendo esto mientras me como un cereal que aún se mantiene perfectamente crujiente. Y bebí leche. Aparte. Y acabo de pensar que estoy escribiendo esto "por qué sí" y pienso que es un texto estúpido que quizás no sirva para nada. Y justo después pensé que puede servir como excusa para re-abrir mi blog. Si estás leyendo esto en mi blog es que no me arrepentí y decidí publicar esta necedad. Ojalá no se me pase la fiebre. Desde hace rato tengo esta obsesión de escribir, pero nunca sé sobre qué. Quiero tener una columna como Carrie Bradshaw y después me veo desde afuera pensando en eso y me siento bastante ridículo. Una vez, haciendo ejercicios de actuación, me toco uno donde debía decir en voz alta lo primero que me fuera pasando por la cabeza de manera continua. Lo paradójico del ejercicio es que la idea era tratar de "no pensar" o no racionalizar. Creo que esto es lo más cercano que he logrado al respecto. Escupir en palabras las divagaciones amargadas de mis pensamientos. Me acaban de sonar las tripas. Voy a seguir comiendo mi cereal que todavía sigue crujiente.

viernes, 29 de enero de 2010

Sábanas Blancas

Estaba buscando una frase para empezar. Pero no la encontró. Abandonó el miedo poco a poco y empezó. Mentira. Nunca dejó el miedo. Pero aún con ese peso a cuestas comenzó a edificar un nuevo bloque de palabras vacías, una torre de babel con el mismo idioma. Laberintos. Puertas abiertas. Puertas cerradas. Ventanas rotas. Y cortinas teñidas de tiempo sin tiempo. No sabía qué pensar. Para ese momento, su vida se había convertido en el riel de un tren con dos bifurcaciones. Quizás tres, si es que los constructores de trenes alemanes lo permiten. No importa. A él poco le interesaba la ingeniería alemana.

El cambio se sucedió bruscamente. Sería estúpido tratar de precisar la transición con fechas. Aquel señor miraba distinto, dormía distinto. Qué más da cuánto tiempo le tomó comenzar a ver las cosas bajo unos oculares de mayor aumento. Porque eso fue lo que pasó. La vida, sin aviso, le agarró el entrepierna. No le dio tiempo de nada. Apenas pudo reaccionar. Sería injusto, casi un delito, afirmar que no lo disfrutó. Se dejó llevar. Pero quién coño –se preguntaba el señor- puede decirle que no al trabajo oral que te proporciona la gran dama. Nunca encontró respuesta.

Con la vida entre las piernas y un gran angular para verlo todo grande, el señor comenzó a sentirse asfixiado. No había una razón particular. No había una señal exacta. Para esos días, el hombre comenzó a obsesionarse con las cosas. Primero fueron las palabras. Una obviedad. Luego vino el vino. Los vicios. El sexo. Claro, ya dije los vicios: el sexo es tácito. Pero también empezó a obsesionarse con las personas. Se fue convirtiendo en un proxeneta de miradas. Fue perdiendo el pudor. Miraba con descaro. En el metro. En la calle y en los callejones. En las salas de té y en las salas de emergencia. Frente a las puertas y sobre los puentes. Debajo de la cama y flotando sobre ella. Al señor le gustaba mucho flotar sobre las sábanas blancas. Sí, es una metáfora. Ojalá la hayan entendido.

Retomó, además, una nueva confianza en sí mismo. Creo que esto explica también la mirada distinta. Antes de seguir debo recordar que nuestro hombre descubrió una obsesión nueva. Sonará trillado, hasta él lo reconoció públicamente días después. Pero se obsesionó hasta el delirio con otra puta. Muchos le llamaban soledad. A él le gustaba llamarla compañía. Cosa de gustos –decía. Pero con ella tuvo una relación tormentosa. Como toda relación con una mujer libre, sin ataduras. Ella lo perseguía y él se hacía el duro. Pero cuando ella se cansó de esperarlo, él comenzó a soñarla. Típico dirán algunos. Quién sabe. Se dejaron, por el bien de los dos. A veces se extrañaban. Y como no soportaban la distancia, a veces tenían encuentros furtivos y se tocaban hasta la madrugada.

Sí, esas eran las obsesiones recurrentes. El señor, cuando creía que había quemado con fuego las últimas ralladuras de máscara de limón, volvió a llorar. Lágrimas añejas, lágrimas ácidas. Amargas no. Ácidas. ¿Ha llorado lágrimas ácidas alguna vez? Es una pregunta para usted y para usted. Y usted también puede responder, si gusta. Y vinieron otras máscaras.

Durmió poco la última noche. Sobre las sábanas blancas. Esta vez no flotaba.

viernes, 24 de julio de 2009

Y tú, ¿cuántas palabras sabes?

Hay personas que tienen buena memoria. Muchas de ellas recuerdan cosas que pasaron hace mucho tiempo. Otras suelen recordar los pequeños detalles en los que nadie se fija. Existen también quienes lo recuerdan todo. Y hay otros que no recuerdan absolutamente nada. Yo me atrevería a decir que yo tengo memoria selectiva. Me acuerdo de lo que me quiero acordar. Pero esto no funciona así de simple. Esas cosas no las decido yo, las decide mi subconsciente. Por ejemplo, hay cosas que recuerdo porque me impactaron en ese momento, aunque hoy no representen nada para mí. Pero hay un problema, también olvido cosas. Momentos que quizá fueron importantes para mí o para alguien más y yo, así como así, las borré de mi mente por algún motivo. No quiero con esto decir que esas situaciones no me hayan impresionado de alguna manera, pero es así. No hay excusas. Simplemente no las recuerdo. Así que no confíen demasiado en los juegos de memoria que jugaban cuando eran pequeños. Yo jugué bastante y ya ven lo que pasó, el resultado no está garantizado. Nadie te da un certificado de que te acordarás de todo por ejercitar tu memoria.

El otro día, en mitad de una conversación, pensé que sería bonito poder recordar cómo aprendimos cada palabra que sabemos. Ya sé que suena loco, pero ésta es mi fantasía y puede ser todo lo loca que quiera. Inmediatamente que pensé en eso traté de recordar cómo había aprendido esta o aquella palabra. Y sólo vino a mi mente una. Sólo recuerdo cómo aprendí lo que significa la palabra: cosmopolita. A continuación una pequeña anécdota de cómo fue que aprendí el significado de esta palabra:

Anécdota.

Ya había acabado la magia de las 12 campanadas, las uvas estaban siendo procesadas, la ropa interior amarilla estaba ya en el suelo, y en el cielo sólo quedaba una humareda causada por los restos los juegos pirotécnicos. Era una mañana de un primero de enero. Mi familia siempre se reúne este día para comer los restos de la noche anterior. Yo aún era una criatura pequeña e inocente. Disfrutaba de mi arepa con pernil, mi jugo de naranja (natural) y de la ensalada. Los adultos sostenían una conversación mientras comían. Yo escuchaba con atención, todavía no me sentía con la propiedad de intervenir en este tipo de conversaciones. Recordaré, nuevamente, que aún era una criatura pequeña e inocente. Aclarado esto, continúo. En ese momento un tío hace alusión a la palabra en cuestión. Cosmopolita. Yo, que me había distraído un poco de la conversación, escuché la palabra sin conocer su contexto. Alcé mi mano como si estuviese en el salón de clases y pregunté: ¿Y quién es Cosmopolita? A pesar de mi corta edad para entonces, confieso que me parecía un nombre bastante extraño para alguien. Una colectiva carcajada de apoderó del comedor. Uno de mis tíos se dignó a explicarme el significado de la palabra y, desde entonces, sé que Cosmopolita no es un nombre excéntrico ni plausible, sino un adjetivo.

Fin de la anécdota.

Esta historia no se trata de aprender palabras nuevas. Creo que cada palabra encierra algo mágico, trascendente o importante. Sólo es una utopía más que añado a mi colección. Pero qué bonito sería recordar cómo aprendimos cada palabra. Creo que cada quien prestaría más atención a lo que dice. Usaríamos las palabras con mucha más mesura porque significarían algo real.

martes, 2 de junio de 2009

Cuentos sobre el absurdo

Ahora todo es de todos. Bajo esta premisa tuve que entregar mi celular por segunda vez a un desconocido. La frase anterior es una manera elegante de decir que me robaron otra vez. Si leyeron el cuento anterior pues ya deben saberlo.

Comprar un celular nuevo en este país es una odisea. Sí, como la que emprendió Ulises para volver a Ítaca. Ya había esperado HORAS el diciembre pasado para poder adquirir un nuevo teléfono. Y compré cualquier teléfono. No vaya Usted a creer que se trataba de estos supersónicos dispositivos móviles conocidos como Blackberry. Era un artefacto cualquiera, pero de cualquier modo fueron horas para que éste pudiese llegar a mis manos. Aunque Usted no lo crea señor lector, hay países donde los celulares le llegan a sus casas. No tiene que hacer casi nada. Repito: ¡Casi nada!

Breve relato histórico.

Venezuela es un país que todavía anda a caballos. Lo sabemos y lo asumimos con dignidad (bueno, algunos). Y es que resulta que no tenemos mucho tiempo de haber nacido como república, si es que en algún momento la hemos tenido. Bolívar no nos queda demasiado lejos si miramos atrás. Es decir, que llegamos tarde a la civilización, pues. Y sería cómodo buscar culpables –que seguramente hay para tirar para el techo- pero de esto no me ocuparé yo. Aquí las cosas siempre llegan después, de a ratico. Lo que le sobre a los países grandes. Dirán que soy cruel pero, lamentablemente, es nuestra realidad. Hay gente que aún no quiere asumir esta realidad con tanta dignidad y prefiere hacerse el loco. Siguen creyendo en pajaritos preñados (nunca me ha gustado este dicho popular, pero la imagen me divierte. Pajaritos preñados, no pajaritas).

Todo este cuento es para decir que seguimos jugando con la política en el país. Ahora estamos en el período circense donde, un centenar de payasos, distraen con maromas las desgracias de una nación. Una de esas distracciones fue haber nacionalizado la más importantes empresa de comunicaciones del país, sin contar con gente capacitada para manejar dichos asuntos. Ahora Cantv y Movilnet son de todos. Por cosas del destino –que yo no quiero culpar a nadie, ¿ah?- desde que se adueñaron también de la empresa, el internet por banda ancha ha bajado su calidad y rapidez, las señales han comenzado a verse comprometidas y, lo que me afecta directamente a mí en este momento, los sistemas han empezado a colapsar.

Fin del breve relato histórico.

Como dije, hay países en los que comprar un celular es una cosa intrascendente. Yo no sé si es que al venezolano le gusta complicarse la vida cuando tiene ya bastantes angustias encima pero, lo que sí sé es que hoy no pude reactivarle la línea a mi celular. ¿Por qué? Realmente no me importa. Siempre me ha desesperado cuando los problemas de este tipo comienzan a entorpecer mi ritmo de vida. El señor que atendía me dijo: “Pero puede esperar 20 minutos a ver si vuelve el sistema”. Sólo diré que no fueron 20 minutos los que esperé sino una hora. Como todo. Y era ya de esperarse que la línea no hubiera vuelto. Entré a preguntar nuevamente y el caballero me instó a que esperara otros 20 minutos. A MÍ NO ME GUSTA PERDER EL TIEMPO. Mentira. Sí me gusta. Pero cuando yo decido perderlo, no cuando algún incapaz me hace tirarlo a la basura de manera gratuita.

Cuento anexo al mismo cuento.

Siempre he creído que los vigilantes, los guachimanes, los porteros y cualquier otro agregado, tienen problemas con el poder. Y cuando digo que tienen problemas con el poder, lo que quiero decir es que tienen frustraciones con el poder. Entonces, cuando creen tener un poco de autoridad se vuelven como locos. No saben manejarlo. Como fashionistas con descuentos en Prada. El caso es que en esta sucursal de Movilnet La señal que nos une -o no- había un individuo que fungía de vigilante. Por demás decir que portaba la inutilidad por bandera. Queriendo hacer mucho no hacía nada. Estaba de primero en la fila con mi padre, que me acompañaba, nos estaban atendiendo y el muy subnormal me ha pedido que hiciera mi propia fila. En cualquier otro momento pude haberle dicho algo pedante. Pero esta vez era tan inútil intentar explicarle que estaba siendo ¡ATENDIDO! que opté por dirigirle una mirada de desprecio. Algo de inteligencia debe haber tenido porque entendió que el señor al que estaban atendiendo era mi padre.

Como este cuento hay muchos para contar. Todo esto cansa. Pasar por situaciones tan inverosímiles todos los días es agotador. Sé que todo cambiará para mí. Ahora, en cuanto a Venezuela, no lo sé.

domingo, 31 de mayo de 2009

Ciudad de caos

Un viernes normal estaba a punto de empezar. Se despertó ingenuamente como cada mañana de su monotemática vida. Nada nuevo, nada especial. Todo rutina. Un extraño pero entusiasta ánimo le acompañaba.

No. No quiero empezar esta historia así. Borren de sus mentes ese comienzo. Es estúpido, aburrido y sin personalidad. Sobre todo si se trata de una historia tan particular como la que aquí será narrada. Y les pido que no recuerden aquel inicio porque, francamente, no sé cómo empezar esta crónica. Crónica por decir algo. No me gusta encasillar a las palabras. Es como quitarles parte de su pureza. Qué sé yo.

Viernes 29 de mayo de 2009.
Hora: inicios de la mañana, para ser exactos

Como cada día me dirigía a la universidad. Bajo caminando desde mi casa hasta la estación de metro más cercana. Estación: Zona Rental (a todo aquel lector que haya sido usuario del metro, le invito a que se imagine cómo sonaría el nombre de la estación dicha por la agradable voz del vagón. Es una recomendación innecesaria).

Estaba yo a la altura de los perros calenteros, muy cerca de la entrada al metro. De pronto escucho una voz. No es que me estaba volviendo loco. No tenía esquizofrenia de pronto. Era una voz real. La voz estaba cada vez más cerca. Era la voz de un hombre. Cuando volteé lo tenía justo detrás de la espalda. Me pidió dinero para los pañales de su hija.

A continuación: un paréntesis ( ). No me importará quedar como un parásito humano, como escoria. Pero he de admitirlo. Odio darle dinero a la gente. Punto. Ya lo dije. No me queda nada por dentro. Nunca me ha gustado. Si no tienen dinero, pues a mí tampoco me sobra.

Continúo. Me quedé en los pañales de la hija. Ya dije que no me gusta darle dinero a la gente, pero, en este caso, me pareció necesario. Y no porque el papa Juan Pablo II haya reencarnado en mí. No. Fue porque nada más y nada menos el amigo que dijo que tenía una pistola, y que si no le proporcionaba el dinero me abaleaba. Sí. Del verbo: abalear.

Humildemente saqué mi cartera. Le di los únicos dos bolívares (fuertes) miserables que venía arrastrando desde el martes. El señor, inconforme, me ha dicho que eso no le servía para nada. Y yo que pensaba comprarme cualquier chuchería en la feria porque era viernes, y sería bonito terminar la semana con algo dulce. Pero bueno, así somos los seres humanos: inconformes por naturaleza. Acto seguido, el caballero, que andaba de blue jean y chemise azul, me pidió que le enseñara mi teléfono celular. En ese momento pensé: “Coño, me volvieron a robar el teléfono”. Saqué el teléfono, que era cualquier teléfono, y tuve la decencia de advertirle a mi verdugo que no era un buen equipo. No sabría decir si era que el señor era bruto, o estaba más nervioso que yo, pero el muy imbécil me ha preguntado que qué era eso. Yo dije en mi cabeza: “Coño, pero qué va a ser, un celular, animal”. Pero mi valentía no es tal y sólo pude preguntarle que a qué se refería. El ladrón vuelve a preguntar, esta vez con más claridad, que si era Digitel o Movilnet. Respondí: Movilnet.

El imbécil comenzó a marcar cualquier número. Perdón. Intenté mantener el respeto por el caballero durante la primera parte del relato pero mejor ya más no. Es un imbécil. Yo, que soy un alma noble (señores, no se alarmen, no es mi ego el que habló. Realmente soy una persona noble) Y porque soy una persona noble, o quizás estúpida, le expliqué que primero debía marcar 0212… o 0414. Lo que sea. Situación absurda y surrealista. Quería gritar: ¡Dalí, sal de donde quiera que estés!

El ladrón me invita a que lo acompañe a un cajero. Pensé: “Coño, bien bueno. Ahora me va a secuestrar”. Le dije, muy serenamente, que no tenía dinero en el cajero. Era cierto. No tenía dinero en el cajero. Él insistió. Hasta que, finalmente, tuve que malandrearlo. Le respondí a su nueva petición, literalmente: “Estoy pelando bolas, marico”. Dejó el asunto del cajero por un momento y pidió ver lo que había en el bolso. Muy amablemente le enseñé mi almuerzo (croquetas de atún, arroz, plátanos dulces y una manzana). Luego le mostré mis cuadernos y le ofrecí “Cuando quiero llorar no lloro” de Miguel Otero Silva. Rechazó casi con asco mi libro. Yo me ofendí y volví a pensar. Dije en mi mente: “Y encima de todo, bruto”. Si no lo quería leer, al menos pudo haberlo vendido ¿no?

Después de casi diez minutos de conversación, con el que estaba a punto de convertirse en mi amiguito, me dejó ir porque le dije que iba tarde para una clase. No sin antes insistir nuevamente en que lo acompañara para un cajero. Pero creo que los dos bolívares fuertes, el celular (que se quedó), y la cara de trauma, hicieron que el señor se apiadara de mí y me dejara ir. Caminé rápido y sin mirar atrás hasta llegar a la cola del vagón del metro. Quería escupirle la cara a cualquier persona que se atreviese a mirarme. Sentí nuevamente lástima por este país que agoniza a diario.

En la cola del metro se encontraba una buena amiga mía. De esas cosas que pasan por algo al azar. Ella es bien divertida. O eso creo yo. Se hace llamar Bernie. Es este un buen momento para agradecerle su compañía en el metro. Gracias a ella tomé las cosas con humor. La ira fue desapareciendo poco a poco. Incluso, logré construir un stand up comedy con el material absurdo del robo de mi teléfono celular. Estación: Zona Rental.
Pequeño epílogo.
Escribo sobre este episodio de mi vida porque no hay nada más REAL que la situación de caos en la que sigue hundiéndose Venezuela...

jueves, 14 de mayo de 2009

¿Tú qué harías si fueras Dios?

Ayer me dijeron que escribo como Dios. Esta persona no sabía si Dios escribía o no, pero de hacerlo, al parecer yo lo haría igual a él. ¡Vaya compromiso! Pensé. Pero sí, me aseguró que escribía divino. (A ella le queda divino el negro y el amarillo, por cierto). ¿Cuántas cosas más haré igual a Dios?, ¿Pensaré igual que Dios?, ¿Seré como Dios en la cama? Dirán tal vez que soy profano, pero yo sí creo que Dios tenía –o tiene- sexo. ¿Y por qué no pudo haberlo tenido? Yo lo quiero más por eso, me hace pensar que era un tipo más humano. Además está en todas partes. ¡Eso es admirable! Me gustaría tener ese súper poder.

No soy ateo, ni mucho menos agnóstico. Creo en Dios. Pero ahora no quiero que Ud. señor lector, haga una especie de vínculo extraño. Me explicaré. No piense Usted que Dios escribe a través de estas manos impías. Él no se está manifestando a través de mí. No malinterpreten a mí amiga, que ella sólo quería hacerme un cumplido. Que yo no soy el mesías del que habla la Biblia, ni he venido a salvar a la humanidad de las pailas del infierno. Si me lo preguntan, diría que ardemos todos los días en él. Ya es costumbre y, lo más curioso, es que nos gusta. Al menos a mí.

No quiero de pronto tener más responsabilidades porque se me atribuyan facultades propias de una deidad. ¡Que ya basta con las que tengo! No soy Dios. Pero una vez lo quise, he de admitirlo. Ahora me pregunto por qué. Seguramente estaría ya asqueado de tantas peticiones. Sean estos algunos ejemplos: “¡Dios mío, terminé con mi novio, no sé qué hacer, ayúdame por favor!”; “¡Dios mío, ayúdame a pasar este examen ¿sí?! (Con voz de súplica)”; “¡Ay Dios mío, estoy gorda, por fa ayúdame con esta dieta!”; “¡Dios mío, estoy perdido, ayúdame a encontrar el camino!”. Y así podríamos seguir con mil peticiones más: la paz mundial, la inmortalidad del cangrejo, que se vaya Chávez, la guerra, llegar a Ítaca sin estar decepcionados, qué sé yo, cualquier necedad que usted desee agregar.

¿Cómo empezar? Pues para empezar, no me sigan llamando Dios. Invéntame tú un nombre. Si yo fuese Dios no me gustaría que siempre me llamasen así. Jugaría por ejemplo a que todos mis seguidores me llamaran de una manera distinta. Ya sé lo que están pensando. Sí, lo sé. Es más complicado, pero recuerda algo: soy DIOS. Además, quién dijo que Dios es un mapa para estar ayudando a nadie a encontrar “su camino”. ¡Qué imagen tan inverosímil! Dios consigue bajar a la tierra. Se ha cumplido la profecía. Pero no señores, no se emocionen. Benedicto quédate sentado que no bajó para hablar contigo. Bajó a explicarle la dirección a un desorientado. Toda la fe cristiana resumida en un mapa.

Dios, si estás leyendo esto, te tengo una propuesta: ya que escribo como tú, y ya sabes lo que dicen de la escritura que es un don de Dios, qué tal si cambiamos por un día. Yo juego a ser tú y tú juegas a ser yo. Mi vida está bien, creo que te gustará. De cualquier manera seguirías escribiendo como tú. Eso ya es algo. Prometo no acostumbrarme a tus beneficios. Digamos que sólo te diré un par de cosas que haría si fuera tú: me tomaría una copa de vino con Jorge Drexler, tendría una función de Wicked y me nominarían a un Tony, le haría una visita a Madonna y le diría que la quiero, pasearía un rato por Barcelona, nadaría un par de minutos con los delfines, me sentaría a hablar con Shakespeare, y si él no está disponible pediría una audiencia con David Griffith y le pediría perdón por haberlo confundido con un director europeo. Bueno, seguro haría más cosas. Lo único que sé es que si soy Dios por un día tendría un Blackberry pero lo tendría apagado para evitar interrupciones.

Si ya no quieres que juguemos a intercambiar no me lo digas. Así yo seguiré creyendo que escribo como tú y tú seguirás dando direcciones desde allá.
PD: Si fuese Dios también me acostaría con unas cuantas personas, pero eso no pienso revelarlo.

jueves, 7 de mayo de 2009

¿Tú a quién quieres serle fiel?

Yo tengo pocas certezas. Me gusta saltar. Ésa es una y ya los seguidores del blog deberían saberlo.

Yo no sé qué es la libertad. Pero la deseo. Y la deseo aún más cuando no la tengo. Palabra abierta, palabra posible. La arbitrariedad me da asco, me ensucia las manos. Poca conciencia tenía de la libertad hasta hace poco. No soy persona de refranes. Pero éste es justo y necesario. Sí, como el Dios de los católicos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Creo en el arte como libre manifestación de las individualidades que se convierten en oportunidades colectivas de la sociedad. Nunca, como en estos días, he sentido temor por una pérdida de absoluta libertad. Porque soy libre en mis decisiones, en mis actos, en mis posturas, en lo que yo decido. Pero qué pasa cuando alguien más decide por mí. ¿Qué pasa cuando se me impone una esvástica, una estrella de David, en pez, o un color? ¿Qué pasa cuando el tiempo se detiene para mí y sigue corriendo para los otros? ¿A dónde irá el espacio que habla de la libertad?

Ojos cerrados.
Bocas cerradas.
Oídos cerrados.
Mentes cerradas.

Esta mañana leí en el periódico una noticia de espanto. ¡Como si eso no fuese ya rutina de cualquier ciudadano de este valle de caos leer noticias de espanto! El titular decía: “Los artistas están de luto”. Ya desde ayer sabía del suceso, pero leerlo, verlo impreso y materializado, hizo que las lágrimas de un joven artista comenzaran a caer. No. No era actuación, no era ficción. El Ateneo de Caracas ha sido desalojado, nada más y nada menos, que por el Ministerio de la Cultura. Palabra cerrada, palabra imposible.

Ya hablaba Antígona de la libertad. “Estoy aquí para decir que no y para morir”. Pero ¿quién está dispuesto a decir que no? ¿A qué le tenemos miedo? Hay cosas que tenemos que hacer. Antígona debía ser fiel a los restos de su hermano. ¿Nosotros a quién le seremos fieles? Cuántos espacios para el arte veremos morir. No sé qué hay que hacer, lo confieso. Nunca he sido hombre de acción. Pero sé lo que no hay que hacer. Busque usted, señor lector, su manera de actuar. Deje que su conciencia de hable. A veces es bueno.

Fernando Savater, en Las preguntas de la vida, revela que hubo un día de su infancia en el que entendió que él también iba a morir. Confieso que yo no recuerdo cuándo fue que entendí todo ese asunto de la muerte, pero también sé que eventualmente la amiga de negro seductor llegará. Pero quiero que cuando llegue me hable de la libertad. ¡Qué curioso! Hablar de libertad con la muerte. Sólo quiero que la libertad no muera. Ella no debe morir.

No quería hablar de fidelidad, pero tengo que hacerlo. Y si tengo que serle fiel a alguien, quiero serle fiel a la libertad. ¡Sueño utópico, ¿no?!
¿Tú a quién quieres serle fiel?