Ciertamente hay que hablar de cosas reales. Al menos eso me propuse. Debo, para ello, definir primero dos términos. No porque desconfíe del lector, no. Es esta estúpida manía mía de nombrar las cosas. Suelo siempre criticar este tipo de manías. Detesto encasillar las cosas, nombrarlas. Quizá resulte nocivo para ellas, digo, para las cosas. Muchos dicen que pierden su esencia. Mientras medico esta irremediable ansiedad por nombrar, lo seguiré haciendo. Por los momentos para empezar:
real. (Del lat. res, rei.) adj. Que tiene existencia verdadera y efectiva.
realidad. f. Existencia real y efectiva de una cosa. 2. Verdad, lo que ocurre verdaderamente.
Existen cosas reales que se ven, que están ahí. El mar, por ejemplo, es una de ellas. Grande, extenso, azul; adjetivado, en fin. Nadie nunca ha dudado de él. Muchos le temen, muchos le adoran. Pero nadie lo ignora. No. Él sí que sabe ser mar. Y realmente no sé porque estoy hablando del mar. Quizá sólo sea otra manía, o un simple recurso poético que siempre viene bien. Después de todo, ¿qué poeta ignora el sonido de las olas? No es que yo me considere un poeta, pero aún así hago uso de las palabras. De cualquier forma, me gusta el mar. Sabe estar tranquilo, sabe dejar correr sus nervios de olas. Viene y va y nunca se cansa. Acabo de descubrir que quizá por eso me guste tanto. Lo admiro. Cuando sea grande quiero ser mar. No creo que sea sólo un capricho momentáneo. Realmente ha sido una epifanía. Quiero ser como el mar.
Existen cosas reales que no se ven, pero que siguen estando ahí. Y no esperen que vaya a hablarles de amor. Sería algo estúpido, ingenuo o arriesgado hacerlo en este momento. Ya dedicaré algunas palabras a ese oficio. Hablaré más bien de una señora que tuve oportunidad de observar hoy en el metro. Para hablar de ella debo empezar por contar la historia de este encuentro:
Me encontraba acorralado sobre una de las puertas del vagón y los rieles se perdían en la distancia. La gente hablaba, mucho gritaban. Yo no escuchaba la música de mi dispositivo de audio. Una voz estridente avisó: estación Maternidad. Ya nadie más cabía en el tren. No obstante la señora entró, y con ella su hijo. El niño debía tener, por lo menos, ocho años. Me cayeron bien. Y más vale que haya sido así, los tenía encima. Lo curioso no fue el trayecto, sino lo que la señora le dijo al niño una vez dentro del vagón. La madre casi se había quedado porque el tren iba apurado. El niño entró primero y cuando la madre entró le ha dicho: “¿Qué hubieras hecho si te quedabas solo en el vagón?”. Esperaba con ansias escuchar esa respuesta. De niño siempre me preguntaba qué hubiera hecho yo. El niño no respondió. Finalmente la señora le dijo: “Pues hubieras seguido sin mí y me hubieras esperado en Antímano. Hay que ser pilas en la vida”.
Pasé el resto del camino pensando en lo que la madre le había dicho a su hijo. Una lección de vida, nada más y nada menos. Y menos mal que pasó algo así que me distrajera porque ya empezaba a asfixiarme. ¿Y por qué hablé de este cuento? Bueno, porque fue un momento, un momento real. Y los momentos no se tocan, no se miden. Están ahí y son reales. Edifican este viaje. Es divertido andar por ahí y, de vez en cuando, observar a las demás personas. Ver qué hacen, cómo se comportan, qué lecciones imparten, o no.
Para más reflexiones sobre nada, no se pierda la próxima entrada de este campanario que sólo busca ser algo real.
Leo, vivimos entre verdades y realidades. Pero si una madre le enseña una leccion asi a su hijo todo el dia, podemos saber que hay un poquito de esperanza en el mundo, para ellos y para nosotros.
ResponderEliminarDe verdad escribes demaisado bien y tienes las mejores ideas!!!!
te adoro!
"Cuando sea grande quiero ser mar"
ResponderEliminarYo también. Bienvenido a esto del bloggeo =) No lo abandones ;-) Luego es terriblemente difícil retomarlo y volver a ser uno mismo.
Ay Dios mío... alguien puso en palabras mi amor enterno por la llanura azul. Eso lo anotaré en mi libreta de rayas.
ResponderEliminarEstoy encantada, Leo. Me gusta la vista sencilla que se fija en esas realidades cercanas y pequeñas.
¡Estoy encantada!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna vez me perdí en el Metro. Bueno, no estaba perdida, porque mi mamá se montó en Artigas y yo fui la que me quedé afuera. ¿Qué hice? lloré. Y me quedé justo en el sitio donde vi a mi mamá por última vez diciéndome, con una cara de preocupación, adiós con la mano.
ResponderEliminarDe repente, mágicamente oí una voz: "La niña Marcy Rangel, por favor que se acerque a la casilla principal".
Una muchacha (de esas que cuando uno tiene 6años parece grandoooooota) me tomó de la mano a la vez que me preguntó "¿esa eres tú?". Cuando subí las escaleras, MI MAMÁ ESTABA AHÍ!
No supe cómo, ni cuando. Nos abrazamos y nos fuimos al parque, a celebrar el encuentro.
El metro siempre inspira momentos reales. El mar... ese es otro cuento.
MaR
Gracias a todos por tan bellos comentarios y por la acogida. Hace que valga la pena esta locura.
ResponderEliminarLos quiero siempre,
Leo
Sabes amor de mi vida que res ademas es cosa en latín, es cosa y es real para los romanos el hecho de que ya a algo le puedas llamar cosa implica inherentemente que sea real.
ResponderEliminarTe amo para siempre!
Lo real, tan subjetivo como mi sueño esta noche. La realidad, quizás única, aunque mucho lo dudo. Fascinación en las pequeñas imágenes de la vida, evitan mi locura.
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