martes, 3 de marzo de 2009

De cómo se vuelve loco un caballo


Doctor, debo confesar que estoy aquí por que ya no aguanto más. Necesito alguien con quien hablar para sopesar mi locura.

Comenzaré diciendo que mi nombre es Rocinante, nombre que me impuso el principal responsable de esta crisis; eso usted debería saberlo. Tengo cuatrocientos años y estoy acabado. No creo estar del todo loco, de lo contrario, no hubiese venido por voluntad propia, pero sí creo que tantos años al lado de mi dueño me han afectado. Le contaré, o recordaré, como se inició toda esta experiencia que ha sido tan penosa y difícil para mí.

Todo empezó cerca del año 1605, cuando aún yo no estaba tan venido a menos. Un día, mientras almorzaba en la ciudad de La Mancha, se me acercó un hombre misterioso. Era alto, flaco, pálido y con un aspecto de cansado que daba lástima. Temí por mi vida doctor, siempre he sido algo paranóico, y aquella escena parecía un secuestro. Traté de no relinchar para no parecer cobarde. El hombre se acercó, y me susurró al oído que tenía grandes planes para los dos, que juntos recorreríamos el mundo y ganaríamos fama. Aquello no sonaba nada mal. Entonces decidí hacerle caso, no tenía mucho que perder, así que nos encaminamos a lo que parecía ser un futuro prometedor.

Hubo un primer indicio que me hizo pensar que ese futuro no sería tan prometedor, y fue cuando noté que mi nuevo dueño no me alimentaba bien. Nunca fui un caballo de trote, pero tampoco estaba tan descuidado, digamos que ser libre era mejor que estar sometido a las órdenes de alguien. Otro aspecto que había llamado mi atención era el notable desequilibrio de mi dueño. Incluso se había inventado un nombre de “caballero”, así que todos debían llamarle: Don Quijote de La Mancha. Eso también lo debe saber usted.

Los días comenzaron a hacerse largos, hasta que mi señor decidió emprender su primera aventura formal. Como no estaba bien alimentado, difícilmente podía soportar el peso de mi jefe, y como era de esperarse, la utopía idílica de mi amo por defender los ideales fracasó en su primer intento. Al menos, en esa oportunidad, el que salió lastimado fue él. Las cosas se pusieron graves cuando yo también comencé a salir herido. Esas condiciones no estaban implícitas en el futuro prometedor, a menos que estuvieran escritas en letras pequeñas dentro del contrato.

Un día, como usted bien sabe, el desquiciado de mi dueño confundió unos molinos de viento ubicados en el campo de Criptana de La Mancha, con unos gigantes. Sin pensarlo, me obligó a lanzarme contra ellos. Por supuesto, casi me arrancan la cabeza. Me doblé la pata y, como siempre, tuvimos que volver a casa con el amargo sabor de la derrota. Todas estas pérdidas, unas tras otras, iban consumiendo mi ego. En las noches lloraba. Lloraba solo.

Conforme pasaba el tiempo, aumentaban las batallas perdidas. Mi inseguridad fue creciendo. Ya no me sentía un caballo capaz. Aquel hombre había destruido mi confianza. Fue entonces cuando decidí, ante el temor de convertirme en burro, acudir a usted. Necesito ayuda doctor Cervantes, sólo usted, creador de todas mis miserias y desventuras, puede ayudarme.

1 comentario:

  1. "Todas estas pérdidas, unas tras otras, iban consumiendo mi ego. En las noches lloraba. Lloraba solo." ME ENCANTÓ.

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